Una vez un hombre nos abrió los ojos y, desde entonces, hemos descubierto una tras otra nuevas capas de la realidad, y con ellas nuevos misterios.
William Herschel (1738-1822) hizo muchas cosas en su vida: descubrió estrellas, nebulosas, lunas, compuso sinfonías y conciertos, construyó un telescopio gigante que ostentó el récord por más de cincuenta años, conocemos el planeta Urano gracias a su trabajo y, fruto de sus estudios sobre la luz, conocimos la radiación infrarroja: otro tipo de luz.
La luz que vemos es sólo una porción minúscula de todo el espectro electromagnético que conforma los distintos tipos de luz. Nuestro ojos no perciben todo lo que hay. Para cuando Herschel experimentaba con esto ya se sabía, gracias a Newton, que la luz estaba formada por la unión de los siete colores del arco iris (rojo, naranja, amarillo, verde, cian, azul y violeta) en un solo haz, y que al pasar por un prisma podía descomponerse en los colores individuales; en un arco iris pasa de forma natural cuando la luz es descompuesta por las partículas de agua suspendidas en la atmósfera.
Herschel quiso saber si la temperatura de la luz variaba en cada color individual del espectro. Colocó un prisma y, en cada rayo, un termómetro. Para control, colocó un octavo termómetro fuera del espectro, junto al rojo. La temperatura era la misma en todos los colores, pero Herschel notó que el termómetro de control había variado. El resto es historia.
Los colores nos indican qué tan energético es un rayo de luz, en el orden del arco iris que mencioné antes, la energía va creciendo, con el rojo como el menos energético y el violeta en la cima de la escala. La radiación infrarroja no sólo está debajo del rojo, de ahí su nombre, si no que también está fuera de la capacidad de nuestros ojos para percibirlo. Esto sólo es un inconveniente para algunos organismos. Algunas serpientes e insectos han evolucionado para percibir visualmente la luz infrarroja. Nosotros no podemos verla, pero sí sentirla como calor. Esto fue lo que Herschel descubrió con su termómetro de control.
El descubrimiento de la luz infrarroja nos adentró en un una nueva realidad que con el tiempo aprendimos a percibir. Y no fue la única realidad nueva. El espectro de la luz es vasto.
La luz, que viaja en ondas de diversas frecuencias, como el sonido. Se presenta de distintas maneras. Imaginemos un piano, y que las 88 teclas son todos los sonidos que puede percibir el oído humano, hacia la izquierda, los graves, más allá del límite hay más sonidos, tan graves que no escuchamos, pero que ahí están. En la luz pasa lo mismo, el infrarrojo es el primero, pero debajo están las microondas, y más abajo, las ondas de radio. Hacia la derecha, continuando la analogía del piano, está el ultravioleta, los rayos X y los rayos gamma. Con los ojos adecuados, podemos verlo todo.
Esta es una misma imagen de la Vía Láctea, nuestra galaxia, vista en distintas longitudes de onda, en cada una pueden apreciarse detalles que de otra manera serían invisibles.
Los distintos tipos de luz nos revelan, cada uno, nuevas maravillas. La imagen siguiente, por ejemplo, es la imagen más antigua de nuestro universo, es un retrato de bebé, de hace más de 13 mil millones de años. ¿Pero qué diablos? Pueden pensar, ¿cómo puede hoy tomarse una foto de algo que ocurrió hace tanto?
Eso es porque la luz tiene una velocidad finita, muy rápida, pero no infinitamente rápida (300,000 kilómetros por segundo). Y debido a que el universo es tan grande, le llevó más de 13 mil millones de años a esa luz primordial, llegar a nuestros telescopios, por supuesto que no es luz visible, son microondas, y lo que vemos es un croquis del universo como lo conocemos hoy. Las zonas azules son los puntos más fríos, los rojos los más cálidos. Estas variaciones se deben a la densidad de materia que había en una u otra zona. Alrededor de los puntos más calientes, la gravedad reunió más materia, se crearon galaxias y cúmulos de galaxias mayores, es un gran mapa de la estructura actual del cosmos.
Se calcula que este era el estado del universo alrededor de 300,000 años después del Big Bang. Más atrás no podemos ir con la tecnología actual, antes de esa fecha el universo estaba tan compactado, que no había espacio entre la materia para que la luz viajara con libertad. Pero eso no significa que no lo vayamos a intentar.
Hoy la tecnología nos permite ver lo invisible y escudriñar más profundo el misterio de la creación. Orbitando el planeta y en su superficie, tenemos los más avanzados telescopios de la actualidad, muchos de ellos especializados en un solo tipo de luz.
La nebulosa del cangrejo, un remanente de supernova, y el objeto mejor estudiado fuera del sistema solar debido a su relativa cercanía, nos ha permitido descubrir detalles asombrosos de la vida de las estrellas, su composición, su evolución. Aquí, en una última fotografía para hoy, la tenemos en siete vistas: la misma imagen, con distintos ojos.
Pocas imágenes dan una idea tan clara de la conciencia como un ojo abierto, el telescopio, el que sea, es un ojo que no se cierra. Desde siempre hemos visto al cielo, ordenando nuestra vida con los astros: el calendario, la orientación de las edificaciones rituales como pirámides y templos, como sabiendo que nuestro lugar en el cosmos, como la luz, es mucho más de lo que vemos.