NASA anunció a principios de semana la realización de una conferencia de prensa sobre un hallazgo de grandes proporciones fuera del sistema solar. La noticia corrió como pólvora e internet no nos defraudó, hubo rumores de vida inteligente y debo confesar que yo tenía mis esperanzas al respecto. No sucedió, pero hoy, cerca del medio día las dudas se despejaron y aunque no hubo extraterrestres, el descubrimiento no deja de ser histórico.
TRAPPIST-1 es un sistema estelar ubicado a la relativamente cercana distancia de 39 años luz de la Tierra. Desde el año pasado, varias agencias espaciales, entre ellas la NASA y la Agencia Espacial Europea, armados con varios de los mejores telescopios que existen anunciaron el descubrimiento de evidencia que apuntaba a la existencia de tres planetas extrasolares orbitando TRAPPIST-1, para fines de 2016 el número de planetas se incrementó, así como la expectativa sobre sus características. El descubrimiento adquirió tal relevancia que para diciembre y los primeros días de 2017, el Telescopio Espacial Hubble y la Misión Kepler ya estaban ocupados observándolo ininterrumpidamente por un período de veinte días.
La sorpresa no hizo más que aumentar. La cuenta final, la que se dio hoy a conocer oficialmente, fue cerrada en siete planetas, pero las cosas no acaban ahí.
Los siete planetas tienen masas y tamaños parecidos a la Tierra, muy probablemente son rocosos, y al menos seis de ellos están en la zona habitable de su estrella, un área a la distancia adecuada para que el agua, de haberla en la superficie, permanezca en estado líquido dadas las condiciones climáticas necesarias. Las implicaciones son extraordinarias.
A pesar de no haber encontrado aliens, las posibilidades de hallar vida en el sistema TRAPPIST-1 son altas. Las observaciones más recientes dan indicios que hacen pensar a los expertos en la presencia de atmósferas, lo que incrementaría aún más las probabilidades de agua y vida en la superficie de los nuevos planetas. Los estudios al respecto ya están siendo llevados a cabo.
No obstante, debía haber algo en contra, TRAPPIST-1 es una estrella enana, con un octavo de la masa de nuestro sol, lo que ha forjado un sistema planetario diminuto, los siete planetas siguen órbitas compactas que en conjunto son apenas una fracción del tamaño de la órbita de Mercurio. Todos los planetas alteran sus órbitas mutuamente debido a la cercanía y es muy probable que estén entrelazados gravitacionalmente con TRAPPIST-1, lo que provocaría que dieran siempre la misma cara a la estrella, mientras la otra está eternamente en penumbras, como ocurre con nuestra propia Luna. También podrían presentar calentamiento de marea, por los tirones gravitacionales entre la estrella y los otros planetas, provocando que sus interiores se fundieran, generando condiciones volcánicas extremas, como pasa en Ío, satélite de Júpiter.
Pero no todo son malas noticias. Las mismas fuerzas que convierten a Ío en un infierno volcánico son las mismas que permiten que Europa, otro satélite de Júpiter, pueda mantener un océano líquido bajo su corteza de hielo. Y en última instancia el clima de un planeta está definido más por sus características individuales, como su atmósfera y geología, que por factores externos (aunque no hay que menospreciarlos). Venus y la Tierra tienen atmósferas densas y ambos están en la zona habitable del sol, pero Venus es un inferno donde un calentamiento global natural nacido del vulcanismo reclamó el planeta, mientras que la Tierra es un paraíso. Marte, por el contrario, es un desierto helado, con una atmósfera delgada y toda su agua congelada, y no obstante, también está en la zona habitable.
En unos años se prepara el lanzamiento del Telescopio Espacial Webb, destinado, entre otras cosas, al análisis químico de atmósferas extrasolares. No pasará mucho para que podamos saber, buscando indicadores bioquímicos, como gases involucrados en los procesos biológicos que dejan marcas distintivas en la atmósfera, si acaso alguno de estos siete planetas alberga vida, o las condiciones necesarias para sustentarla.
De hallarla, será vida como nunca hemos visto, forjada por una evolución completamente distinta, en condiciones alejadas por completo de lo que consideraríamos familiar, incluso en los ambientes más extremos de la Tierra. Pero como ya escuchamos en Jurassic Park, la vida encuentra la manera.
Cabe destacar otro descubrimiento reciente eclipsado por este, que apunta a que la vida podría ser más común de lo que aparenta, se hallaron abundantes pruebas de la existencia de compuestos orgánicos en la superficie de Ceres, un planeta enano y el cuerpo más grande del Cinturón de Asteroides. Claro, los compuestos orgánicos no son vida como tal, pero sí su origen, precursores de los aminoácidos, los bloques fundamentales de la vida como la conocemos y lo más importante al respecto es que los hallados en Ceres sugieren, por las condiciones en que se encontraron, que fueron creados recientemente en la superficie.
Aún estamos solos, técnicamente, pero podríamos pronto hallar familiares lejanos o, con más tiempo, preparar seriamente una migración interplanetaria y perpetuar la cultura humana.