Una vez un milagro ocurrió. La materia, inerte, se puso en marcha, vivió y tomó conciencia.

La vida sigue siendo uno de los más grandes misterios de la ciencia, cómo surgió, dónde. Por años, estas preguntas han guiado investigaciones y teorías que nos acercan a resolver las dudas, pero el camino para lograrlo hoy sigue siendo indefinidamente largo.

Hasta donde sabemos, la Tierra es el único planeta con vida en el universo pese a que conocemos más de 3000 candidatos a exoplanetas (planetas fuera del sistema solar) y 114 han sido confirmados, gracias al esfuerzo de misiones como el Telescopio Kepler.

Tuvimos casi la certeza de hallar fósiles microbianos en un meteorito marciano (ALH84001), pero resultó no ser lo que esperábamos. Misiones futuras a Marte buscarán indicios directos de vida en su superficie como evidencia de compuestos orgánicos que sólo se formen por procesos biológicos e incluso fósiles.

Se especula sobre si hay o no vida en los cada vez menos hipotéticos océanos de las lunas congeladas de nuestros vecinos planetarios: Europa (Júpiter) y Encélado (Saturno).

La vida busca vida.

Pero, ¿qué es la vida? Erwin Schrödinger (1887-1961), físico ganador del Nobel en 1933 por sus contribuciones a la mecánica cuántica escribió alguna vez, fruto de conferencias divulgativas, un pequeño ensayo titulado, precisamente, ‘¿Qué es la vida?’. En este interesante librito, Schrödinger dejó claro que la vida no era ajena a las leyes físicas universales, más bien, que las ampliaba a un estado de complejidad mayor debido al dinamismo propio de los seres vivos. Respecto a esto, otro premio Nobel (1977), Ilya Prigogine (1917-2003), físico y químico belga, pensaba que la vida era el triunfo de la materia sobre el tiempo y lo lineal.

Si algo caracteriza a la biología es la irreversibilidad. Todo fenómeno físico puede ser descrito por las leyes de la física no importando la dirección del tiempo, es decir, el fenómeno puede ocurrir hacia el futuro o el pasado, y en términos matemáticos, a la realidad le da lo mismo. No, no la vida. Todo fenómeno biológico es irreversible, único. De ahí la complejidad de los sistemas vivos y el misterio profundo del origen de la vida en el universo.

La segunda cosa destacable del ensayo de Shrödinger fue que especuló la existencia de un tal “cristal aperiódico” que contrastara con la rigidez estructural de los minerales y permitiera la existencia de las variadas formas de la vida. Ese “cristal aperiódico” nunca existió pero James Watson, en sus memorias, afirmó que la idea lo inspiró en su trabajo sobre el estudio de los genes, que finalmente lo llevaría a descubrir la molécula del ADN.

Con todo y sus variables infinitas, la vida es una. Todo ser vivo, desde las más básicas bacterias hasta lo seres más grandes obedecen las instrucciones cifradas en el ADN. Somos una gran familia. Y muy antigua.

Las fechas varían dependiendo de los estudios, pero los cálculos sobre el inicio de la vida en la Tierra se concentran entre 3700 y 4400 millones de años. Cuándo es una interrogante secundaria. Lo importante es cómo.

La teoría más aceptada se basa en un inicio humilde. Los elementos naturalmente hallados en la tierra encontraron condiciones favorables, agua y energía suficiente en forma de calor, radiación solar y otros, para formar compuestos cada vez más complejos que finalmente llegaron a la constitución de una molécula autorreplicante, el ARN, precursor del ADN, fundadora de la vida como la conocemos. En 1953, Stanley Miller y Harold Urey de la Universidad de Chicago, formularon y llevaron a cabo un experimentos en un sistema de tubos sellados que contenían agua y diversos compuestos, además de fuentes de energía como calor y electricidad, un esfuerzo por imitar las condiciones primitivas de nuestro planeta.

El experimento buscaba corroborar la hipótesis de que la Tierra primitiva tenía en sí misma lo necesario para generar la vida, y fue un éxito: se descubrieron moléculas complejas, aminoácidos, enzimas y otros compuestos orgánicos esenciales para la vida.

Desde luego, del recipiente y su sistema de tubos no salió nada caminando, pero fue un gran momento para la teoría del caldo primordial o prebiótico que se basa en el postulado de que la vida surgió gradual, paulatinamente, desde la materia inerte en interacción con el ambiente y la energía.

Eso resuelve un poco la interrogante, pero no todos sus detalles.

Comprobado en más de una ocasión, aún puede maravillarnos la capacidad de algunos organismo microscópicos de sobrevivir las condiciones completamente hostiles del espacio exterior. ¿Cómo puede ser esto posible?

Lo es porque en otro tiempo, esas criaturas fueron arrancadas de su hogar y expuestas al espacio, evolucionando mecanismos que toleraran semejantes condiciones y transmitiendo esto a futuras generaciones.

El escenario es este: al principio de su historia, la Tierra era bombardeada constantemente por meteoritos, sobrantes de la formación del sistema solar, que al impactar elevaban escombros de nuestro planeta a gran altitud, a veces tanta, que algunos fragmentos eran puestos en órbita. Si para entonces la Tierra ya era habitada por microorganismos, pudieron haber sido lanzados al espacio para regresar cuando las órbitas volvieran a cruzarse. La vida no debía comenzar de cero si el impacto era tan violento que esterilizara la superficie. Esto explica las insólitas

capacidades de algunos organismos para tolerar el vacío y la radiación del espacio exterior, pero también deja abiertas muchas e interesantes posibilidades.

Los planetas rocosos (Mercurio, Venus, Tierra y Marte) pudieron intercambiar rocas por medio de este sistema, quizás la Tierra sembró Venus y Marte (que se piensa en otro momento fueron similares a la Tierra) o quizás los microorganismos nacieron primero en estos planetas, o en otros.

Hay escenarios plausibles para creer que el tránsito de la vida por el espacio interestelar hacia nuestro planeta ocurrió (teoría llamada panspermia), mas no hay evidencia en absoluto ni métodos de comprobación.

El misterio del origen de la vida nos acompañará por mucho tiempo más y la postura sabia es estar abierto a lo imposible. Pero mientras las certezas científicas se consolidan, por hoy sólo nos queda y, debería bastarnos, la imaginación.

Bien puede ser que seamos desde siempre los extraterrestres que tanto queremos conocer.