Le debemos a un hombre nuestra fascinación por marte: Percival Lowell (1855-1916) quien fue lo suficientemente adinerado como para construir su propio observatorio y, fascinado a su vez por el trabajo de Giovanni Schiaparelli (1835-1910), astrónomo italiano, popularizó la idea de la vida en Marte.
Schiaparelli, hizo observaciones telescópicas del planeta rojo en la década de los 80 del siglo XIX y, debido a la poca nitidez de las imágenes, el árido y accidentado paisaje marciano fue representado con escasa fidelidad. A través de su telescopio Schiaparelli observó estructuras lineales que denominó “canales”.
Años más tarde, Lowell quedó encantado con la idea y difundió la hipótesis de que Marte era habitado por seres inteligentes capaces de construir estructuras artificiales de escala global. La idea corrió como pólvora. Se escribieron novelas y cuentos, llegado el siglo XX y con el cine en marcha, les dimos rostro a los extraterrestres y nos dispusimos a viajar, al menos con la mente.
Para la década de 1970, con las sondas y orbitadores enviados por NASA a Marte, quedó claro que no había tales canales. No obstante nuestro entusiasmo no decayó.
Seguimos aferrados a la idea de habitar otro planeta. Películas como The Martian (Scott, 2015) e Interstellar (Nolan, 2014) son ejemplos claros y recientes de que el viaje espacial sigue formando parte de la agenda y, cada vez más, las posibilidades de llevarlo a cabo se acrecientan.
Hoy, la NASA desarrolla tecnología enfocada a la supervivencia en nuestro planeta vecino, así como naves capaces de transportar la ingente cantidad de suministros de la Tierra a Marte y de regreso. Eso sin mencionar el viaje y sus peligros para la tripulación, tales como la radiación cósmica, la pérdida ósea por falta de gravedad y el aislamiento (un viaje a Marte tomaría casi un año).
Pero NASA no está sola. SpaceX , la empresa aeroespacial fundada por el excéntrico Elon Musk tiene sus propios planes. Mientras NASA cumple expectativas fijadas por el gobierno y atiende sus caprichos presupuestales, Musk y SpaceX son osados aventureros, justo como NASA en la década de los 60, cuando Kennedy, en la euforia de la carrera espacial contra Rusia, decidió que Estados Unidos estaba preparado para enviar a un hombre a la Luna y traerlo a salvo de regreso.
Musk dijo en conferencia este año que quiere morir en Marte (sólo no durante un aterrizaje fallido). SpaceX está igualmente inmersa en la carrera por el planeta rojo, sólo que no es una competencia muy urgente, no hay presión. Los expertos, más conservadores, de la agencia espacial estadounidense, calculan que para la década de los 30 del siglo en curso tendremos humanos orbitando Marte. Por el otro lado, el rico excéntrico fundador de PayPal y TeslaMotors, para la misma fecha planea estar construyendo una ciudad en el planeta rojo. Los más prudentes opinan que una colaboración entre NASA y SpaceX podría dar un fruto, quizás menos espectacular, pero sin duda posible: tener estaciones científicas permanentes en la superficie para los 2040.
Lo que ocurra primero es lo de menos, atendamos los hechos presentes: estamos más cerca, tecnológicamente, de llegar a Marte ahora que a la Luna hace 47 años. Los detalles siguen siendo el obstáculo: cómo mantener vivos y sobre todo felices a seis personas durante un viaje redondo que, más la estancia, podría durar hasta tres años. Habrá que cuidar la salud de los astronautas, evitar de algún modo el deterioro óseo y muscular causado por la ingravidez, ya que de nada servirá enviar humanos que al llegar no puedan mantenerse en pie. Habrá que usar los recursos marcianos, dónde los encontraremos, cómo los procesaremos. Y cómo amartizaremos (sí, amartizar, es el término correcto).
Marte es peculiar en esta cuestión, quisquilloso. Su gravedad es superior a la de la Luna y cuenta con una atmósfera, lo que provoca sobrecalentamiento por fricción a los objetos que entran en ella, cosa que en la Luna no era problema. Además, aunque hay atmósfera, no es lo suficientemente densa para ser fiable en un descenso con paracaídas, como lo es en la Tierra o en Venus, donde ya ha descendido una sonda. Los esfuerzos de NASA y SpaceX ya están encaminados en resolver estas dudas.
Durante este año, ambas agencias tuvieron pruebas exitosas con cohetes reutilizables y de descenso controlado, Musk ya no debe preocuparse de morir en Marte al alcanzar su superficie. Pero los desafíos son muchos y trabajosos, y el lapso se acorta.
No obstante hay mucho entusiasmo, se ha fundado ya una sociedad: la Mars Society, dirigida por Robert Zubrin desde 1998, que aboga no sólo por la exploración, sino por la colonización del Marte. Al día de hoy, es una cuestión de dinero. La investigación, los planes, el diseño de las naves, los trajes, todo está en marcha.
Falta también valor para correr los riesgos, la vida podría ser el costo para los pioneros. Pero ese, dudo mucho que sea el problema, locos hubo, hay y no van a faltar. Musk es uno de ellos. Y son, además, la chispa que requiere esta aventura para iniciar.
William Gerstenmaier, administrador de exploración humana y director de operaciones de NASA fue abordado hace unos meses en conferencia de prensa por un reportero que dijo tener 49 años y quería saber si viviría lo suficiente para ver un hombre en Marte. Gerstenmaier, que se alinea en las filas de los conservadores respecto a la prontitud de una misión tripulada que alcance la superficie marciana, sin rodeos, respondió que sí, y tras una pausa agregó: ‘hombre’ quizás sea una palabra equivocada, verá usted un ser humano.
No está muy lejos ya el día en que un humano, no sea terrestre sino marciano. El futuro nos ha alcanzado: larga vida y prosperidad (saludo vulcano).