Voy al mercado cada semana, los lunes, me gustan los olores frescos de las frutas y verduras y a veces, como en la película de Amélie, meto mis dedos entre las semillas que se venden a granel. Hoy, no obstante, no fue una experiencia agradable; recordé, cuando tomaba el kilo de aguacates que el tendero me entregaba en una bolsa plástica, la Cámara de Semillas de Svalbard.

La cámara es realmente el Banco Mundial de Semillas de Svalbard y su objetivo es preservar la diversidad genética de cada cultivo que sustenta la dieta humana., la llaman también “la cámara del fin del mundo”  ya que puede soportar terremotos, crecidas del mar y desastres nucleares. Se encuentra ubicada en la isla de Svalbard, Noruega y el sólo hecho de que se requiera su existencia, y que ya hayan sido utilizados sus servicios en más de una ocasión, no augura nada bueno para la seguridad alimenticia futura del planeta.

La agricultura depende directamente del clima y las condiciones del suelo. Dos cosas que nos hemos encargado de perturbar y desequilibrar sin mucha preocupación por su sustentabilidad próxima. Se han talado grandes extensiones boscosas para el monocultivo industrial, que no sólo disminuye la diversidad genética de una planta en particular, haciéndola vulnerable a plagas, decaimiento y posible extinción, sino que afecta también la riqueza del suelo, degradando su fertilidad y agravando la erosión del suelo que, a su vez, aumenta la infertilidad y todo se vuelve un círculo vicioso de camino al desastre civilizatorio, porque una vez que no podamos cultivar, la comida va a escasear y el diablo sabrá lo que se viene.

En mi ciudad, León, particularmente, el campo ha sido desplazado cada vez más lejos de la ciudad, ya que esta crece sin medida, vertiendo concreto sobre lo que alguna vez fueron campos increíblemente fértiles y no contentos con ello, los empresarios inmobiliarios ahora se comen a puños los cerros. Las consecuencias ya las vimos la pasada temporada de lluvias, las inundaciones en la zona norte de la ciudad. El concreto no es permeable, por lo que el agua no se absorbe en los cerros y sólo gana velocidad para llegar con fuerza al valle de la ciudad, donde se estanca en calles y estacionamientos subterráneos. A largo plazo, la falta de absorción dejará secos los mantos freáticos y sin agua, tampoco habrá comida y otra vez nos las veremos negras.

¿Cuánto tiempo más va a ser sostenible la agricultura industrial? No sabemos, pero cuando deje de serlo, habrá problemas y muchos.

Las soluciones se han enumerado largamente, muchas de ellas basadas en tecnología, que está bien puesto que de eso se trata la tecnología, de resolver problemas. Pero el deterioro al que hemos expuesto el suelo y al planeta son heridas que van a tardar mucho en sanar, si acaso hacemos algo pronto.

Al respecto, lo primero que habría que dejar atrás es esta tendencia global del abandono del campo,  apoyando tanto a la agricultura como se apoya al desarrollo urbano, evitar que la gente deje de sembrar para venir a buscar trabajo mal pagado a la ciudad. Sin nadie allá, en el campo, tampoco hay comida y una vez más, el futuro es negro.

Así que no es sólo cuestión de contaminación o erosión o pérdida de diversidad genética y calentamiento global, es también un asunto de justicia social, ya no sólo con las personas que viven (apenas) de la tierra, sino para con la gente que se nutre de esos frutos y la gente del futuro que tiene tanto derecho a un planeta saludable como nosotros que vivimos hoy.

Hay que valorar la Tierra, la Madre-Tierra, y recordar un poco de donde venimos. Enseñar en las escuelas a cultivar, porque la comida importa realmente, porque el amor a la tierra es algo que hay que rescatar y finalmente porque ver cómo una planta que siembras crece no tiene igual.

La vida es otro misterio, uno de los más grandes del Universo, quizás el más, que la materia inerte cobró vida, creció, amó y pensó sobre sí misma y su lugar en la creación, que la materia inventó un dios que la inventó a ella y el misterio sólo se hace más grande y cuando el misterio es tan grande, como dice el Principito, es imposible desobedecer.