Mientras seguía lo que ocurría en los medios en conmemoración del día internacional de la mujer, era inevitable cuestionarme y sorprenderme de la labor que hacemos las féminas.

Leí magníficos discursos sobre nuestro papel, el empoderamiento femenino, la lucha y la resistencia, la violencia, el amor, etc.

Todo esto con el propósito de inspirarme y poder redactar unas cuantas palabras que causaran impacto… pero he de confesar que fue en vano.

Así que dejé a un lado la idea de escribir algo que no soy y decidí escribir algo que sí soy: mujer, pero antes de ser mujer, soy un ser humano.

Sí, ser humano es difícil, por ejemplo ¿Han leído la famosa frase que dice que: “La letra con sangre entra”?, pues esta se vuelve más complicada cuando le agregamos una expresión de género.

Desde muy chica mis pechos y caderas han sido el pretexto para que hombres en la calle utilicen un vocabulario denigrante hacia mi persona o me sigan en sus bicicletas o automóviles por varias cuadras.

En mi familia, mis padres siempre han creído que el mejor patrimonio que se puede ofrecer a un hijo es la educación y no solo eso, me ensañaron a cocinar, lavar, trapear, barrer y demás y no necesariamente porque fuera a ser ama de casa sino porque vieron la necesidad de hacerme una persona autosuficiente y así no verme en la necesidad de depender de nadie.

No estoy casada y tampoco tengo hijos. No sé si en futuro lo esté, pero lo que sí sé es que estoy rodeada de gente maravillosa, hombres y mujeres que me han inspirado e impulsado a creer en mí, en mis sueños, en lo que hago, en lo que tengo, en lo que soy y lo que no, también.

Que si se trata de celebrar, debemos celebrar cuando las mujeres vivan su vida auténticamente, no importando que tan diferente sea a la nuestra.

Porque todas las mujeres y hombres merecemos la libertad de vivir nuestras vidas en la manera que nosotros deseemos y hemos de repeler a esa sociedad que atenta con avergonzarnos con sus estereotipos de género.

Estoy de acuerdo con las de mi mismo sexo en que hay una lucha que no debe de terminar; porque aunque si bien no he desaparecido, no han abusado de mí sexualmente, no me prostituyen, no me violentan física, ni psicológicamente, sí he conocido a mujeres muy cercanas a mí que lo han vivido o lo viven.

No hay que luchar por que las mujeres tengamos una voz, porque ya la tenemos, sino más bien debemos armarnos de valor y hacer uso de ella, mientras que el resto de la sociedad debe aprender a escuchar.

No es una tarea fácil ser mujer o ser hombre, pero ya saben lo que dicen: La práctica hace al maestro.