Pese a que la Tierra sigue siendo el único planeta en el Universo del que se tiene certeza que alberga vida, no hemos perdido las esperanzas de hallarla en otros mundos.
Se sabe poco o prácticamente nada de sus orígenes, incluso la datación más antigua de vida en la Tierra es objeto de controversia, pero ronda los 4 mil millones de años, y si se originó aquí o vino de otro lado, es ya tema más de fe que de ciencia dura.
No obstante, hay indicios que apuntan a un tránsito interplanetario y quizás interestelar de los fundamentos de la vida.
En términos simples, la vida se basa en estructuras moleculares auto organizadas que son capaces de intercambiar energía y materia con su entorno. Así la complejidad puede variar desde las primeras moléculas auto replicantes, ancestros del ADN, hasta seres como nosotros, que viajan al espacio pero que siguen quemando animales muertos para mover sus autos.
En planetas enanos como Ceres, que orbita el Sol junto a millones de fragmentos que sobraron de la formación de los planetas y hoy son parte del Cinturón de Asteroides, o en meteoritos ya orbitados para sus investigación, NASA y otras agencias espaciales han confirmado la presencia de materia orgánica.
Materia orgánica no significa vida, pero está cerca. Son los bloques principales para la constitución de biomoléculas como las proteínas o los aminoácidos, que si bien aún no pueden considerarse “vivos”, dadas las condiciones adecuadas de temperatura, medio y energía, podrían desarrollar su complejidad hasta dar paso a algo que pudiéramos llamar vida. Estos bloques primarios son moléculas basadas en el carbono, el hidrógeno, el oxígeno, el nitrógeno, el fósforo y el azufre.
Si colocáramos todo eso en un matraz nada vivo saldría de ahí, por supuesto, tendríamos sólo un lodo viscoso, como Carl Sagan nos hizo ver en la serie original de Cosmos, pero con millones de años de evolución, el medioambiente correcto y suerte, la vida es posible y lo sabemos porque aquí estamos.
En algún lugar tuvo que empezar, obviamente. Quizás al enfriarse nuestro planeta y permitir que el agua fluyera en la superficie tras sus formación, estas moléculas interactuaron en los océanos primitivos, donde el sol y el vulcanismo otorgaron grande cantidades de energía como catalizador de la magia que resultó en la diversidad que hoy vemos. Esa es la versión sencilla, donde todo estaba aquí puesto, y sólo había que esperar, pero hay otras posibilidades.
¿Qué tal que la vida no es de este planeta? El hecho de encontrar materia orgánica en el espacio interplanetario abre la posibilidad de que estos bloques fundamentales hayan sido forjados en otros mundos, Marte, quizás, según algunos teóricos, ya que también pudo tener grande extensiones de agua en sus superficie donde ocurriera el milagro. O satélites como Europa en Júpiter o Encélado en Saturno, que está por confirmarse en próximas misiones, tras años de fuertes sospechas y estudios, que podrían contener agua líquida bajo sus mantos congelados. O quizás la materia orgánica se forjó en algún viajero interestelar, un asteroide producto de una colisión inmensa en algún planeta muy lejos de aquí, que vino a parar a la Tierra en el momento adecuado.
Sobre esto no hay evidencia alguna, pero estimula la imaginación que viene siendo el motor principal de la ciencia y debiera ser así en todo quehacer humano.
Otro idea es la Panspermia, la idea de que la vida ya forma llegó a la Tierra de aventón en meteoritos. Esto plantea dificultades, como la capacidad de los organismos de sobrevivir la radiación en el espacio exterior o el ingreso a la atmósfera terrestre que derrite la superficie de los meteoritos debido a la fricción y el calor que se genera.
Pero una vez más, la realidad supera a la ficción. Bacterias que han viajado accidentalmente en módulos espaciales debido a la manipulación en la Tierra previa a su despegue han sido encontrados vivos a su regreso. Los estudios de este tipo ya han sido elaborados ex profeso, y los resultados son los mismos, algunos tipos de bacterias parecen tolerar el vacío y la radiación del espacio sin problemas, algunos por períodos tan prolongados como tres años, sugiriendo que tal vez, la vida de hecho se originó en otro lado.
Existen unos animalitos peculiares, los tardígrados u osos de agua, para los amigos, que son unos animalitos microscópicos que no bacterias, son multicelulares, que han demostrado ser una de las formas de vida más rudas que hay sobre la faz de la Tierra. Sobreviven deshidrataciones prolongadas de décadas, su rango de tolerancia a las temperaturas va de los -200ºC a los 150ºC, y han sobrevivido la radiación y el vacío espaciales.
Los Tardígrados, junto a las bacterias sobrevivientes, sugieren algo muy emocionante: que al ser sus habilidades extraordinarias fruto de la evolución y que no existiendo condiciones tales como el vacío o la radiación cósmica aquí en la Tierra, tal vez heredaron su rudeza de ancestros extraterrestres que soportaron durante milenios el viaje a través de las estrellas.