Hubo un tiempo en que la ciencia y la magia eran indistinguibles. La curiosidad, marca característica de nuestra especie, nos obligó al escrutinio del mundo y sus maravillas, y descubrimos tal colección de misterios que no vimos más respuesta que espíritus y deidades. La naturaleza nos compensó con sus irreprochable puntualidad, sus ciclos, y los signos arraigaron en la cultura, pero la sofisticación de nuestras preguntas creció y también fue así con las respuestas. El vínculo entre la ciencia y la magia se rompió, aunque hoy todavía coquetean.
Magos o no, lo cierto es que siempre fuimos astrónomos. Toda cultura se guió en las estrellas para la navegación y la construcción. Estudiamos los cielos y los entendimos lo suficiente para saber cuándo sembrar, cuándo migrar. Eso ya era ciencia, pero no olvidemos que estaba indisolublemente atada a la religión y a la magia. Dioses, mitos, leyendas: pocos hay que no aludan al cielo, a las constelaciones, al sol, la luna, los planetas. El sentido cósmico era más profundo en aquella época de lo que es hoy pese a todo lo que sabemos.
Es una tristeza y no menos un peligro la falta de vínculos afectivos con la naturaleza. Nos hemos hecho huérfanos a voluntad y hemos destruido en nombre de un progreso muy abstracto las concretas maravillas que el mundo tiene para mostrar.
Hoy, la ciencia deja entrever de nuevo los misterios. Sabemos más, sí, pero estamos lejos de saberlo todo y entre más lejos vamos en nuestro entendimiento más abrumados nos sentimos por las complejas conexiones de la realidad y sus fenómenos.
Difícil entender que al mirar a las estrellas vamos atrás en el tiempo, resultado obvio de la naturaleza de la luz y su velocidad, la noción de tiempo, presente y pasado, está relacionada directamente con el espacio y al viajar en uno se viaja también en el otro. Esto es parte de lo que Einstein descubrió con su trabajo.
Entre todas las curiosidades de la Física Cuántica, quizás uno de sus pilares sea el más exótico: el principio de incertidumbre de Heisenberg, que nos detiene de conocer el estado total de un sistema de partículas en un determinado momento y, siendo que todo está formado de partículas, el estado total de la realidad está fuera del alcance del entendimiento humano. Es como si el universo quisiera guardarse sus secretos. Como el nacimiento del tiempo y el espacio, el Big Bang, que está velado por completo, no podemos observar más allá de cierto límite temporal, que es igual un límite en el espacio, hacia el comienzo del cosmos.
Cada vez más la física y las matemáticas trabajan en dimensiones extra, universos paralelos y multiversos. Parecería ciencia ficción pero no, es ciencia moderna, actual, de vanguardia y no sabemos qué puertas se abrirán mañana.
La ciencia nos dio poderes que los genios del pasado considerarían brujería. Hoy volamos, vivimos en el espacio, nos comunicamos a la velocidad de la luz, registramos en audio y video la vida diaria, olvidando que ha pasado apenas un siglo y poco más de la invención del cine. Hay maravillas por delante y algunas apenas están por soñarse.
Pero de nada servirán si no atendemos la realidad urgente. Gary Knell, presidente de National Geographic Society escribió para la última edición del año un mensaje: que debemos colaborar como humanidad, como la civilización global que comenzamos a ser, si acaso queremos que las generaciones por venir tengan una vida digna en un planeta sano para continuar explorando este y otros mundos.
Es tiempo de regresar a la magia y asombrarnos del mundo, es tiempo de volver a darle espíritu a la tierra, al cielo, a las estrellas, porque nadie cuida lo que no le atañe.
La ciencia sin religión es coja y la religión sin ciencia es ciega. A. Einstein.