Decir lo que se tiene que hacer ¿genera rebeldía? ¿A quién le gusta que nos diga todo el tiempo lo que tenemos que hacer? A nadie, ¿cierto?
Entonces ¿por qué como adultos lo hacemos con los que están a nuestro cargo? Algunos por consecuente dirán: que haga lo que quiera y la respuesta es no. Evitemos entrar en extremos.
Precisamente conforme El Niño crece y siempre se le dice qué hacer, terminará actuando de manera opuesta. Creando un conflicto entre las dos partes. ¿Qué es lo mejor entonces?
1. Involucra. Si lo hacemos en el trabajo con nuestros colegas para llegar a un objetivo ¿por qué no con los más pequeños de la casa?
2. Hacer que se sientan capaces. Una vez que estás decidido involucrar al otro, debemos de tener en cuenta qué cosas podrán ayudar al otro para que se sienta capaz. Desde lavar los trastes, hacer la cama, servir un plato con comida, barrer, cocinar, estudiar, etc.
3. Paciencia. Al tener claro las actividades en las que vas a involucrar, hay que tomar conciencia que este proceso requiere paciencia y más paciencia. Que en ese proceso podrá tirar la sopa del plato al momento de servirlo, que dejará caminito de polvo, habrá arrugas en la cama, los alimentos estarán un poco insípidos y no por ello se le va a quitar mérito, o lo que comúnmente hace el adulto, terminar haciéndolo.
4. Observar. Ante lo puesta en práctica, notar que la actitud del otro empieza a cambiar, porque se siente involucrado. Se va sintiendo útil por qué contribuye en algo. Se siente importantes porque lo que hace genera un cambio.
5. Dialogar. Sobre el papel que se le ha asignado al niño o al joven. Y la importancia de su papel en la familia.
De este modo generamos autonomía en la persona, se va formando conciencia de su papel. No se genera un cansancio entre el adulto de siempre estar atrás del otro para que haga las cosas.
No es fácil, requiere práctica. Recuerden que la práctica hace al maestro.