En tiempos recientes, debido al conflicto bélico entre Ucrania y Rusia, ha surgido una especie de aversión y encono a la tierra cuya capital es Moscú, haciendo a un lado, de manera muy injusta, la enorme contribución a la literatura, la música, la ciencia. Nombres como Dostoyevski, Tchaikovsky, o Mendeleyev han iluminado a la humanidad. No es justo que paguen justos por pecadores.

En la prevención del delito, la perfilación criminal y la cacería de malhechores, los rusos tampoco se quedan atrás. Uno de los ejemplos más claros y admirables fueron el detective Viktor Burakov y el psiquiatra Alexander Bukhanovsky, quienes en tiempos de la Unión Soviética unieron sus fuerzas para capturar a uno de los más aterradores asesinos seriales que jamás ha existido: Andrei Chikatilo.

El caso arranca en el año 1978, en Rostov, Rusia; en pleno auge de la Guerra Fría. Todo transcurría con la “aparente” perfección de la supuesta utopía comunista, donde los gobernantes creían que los horrendos crímenes como los de Charles Manson o el Zodiaco solo ocurrían en la decadencia capitalista.

Entonces, el 22 de diciembre de 1978, la policía encontró el cadáver de una pequeña de 9 años, en la ciudad de Rostov, concretamente a orillas del río Grushovka. Como es habitual en estos casos, al inicio se consideró un hecho desafortunado, pero aislado. No sería sino hasta 1981 cuando se encontró, horriblemente mutilado, el cuerpo de una trabajadora sexual llamada Larisa Tkachenko, después a Lyuba Biryuk. Los cuerpos tenían mordidas, eran abusados y les sacaban los ojos. Aunque al gobierno soviético no le gustase la idea, debían admitir que estaban ante un asesino en serie.

La policía empezó a movilizarse y a encontrar cadáveres enterrados en los bosques de la Rusia rural. No se informó a los medios de comunicación, pues eso pondría en evidencia los errores del régimen. En su lugar, llamaron al detective Viktor Burakov, quien era un hombre sumamente disciplinado, tenaz e inteligente.

De forma inmediata, el investigador y sus subordinados comenzaron a peinar Rostov, descubriendo que el asesino acechaba a sus víctimas en las estaciones del tren y los llevaba al bosque con engaños. Mientras tanto los cadáveres de niños y niñas aumentaban.

Fue necesaria la intervención de un brillante psiquiatra, el doctor Alexander Bukhanovsky, quien comenzó a realizar un perfil del sospechoso: debía ser un hombre, cuarentón, casado y con disfunción eréctil, pues la frustración lo incitaba a matar.

 

LOS CAMARADAS INVESTIGAN

La dupla Alexander-Viktor siguió al asesino durante 8 años hasta dar con él el 20 de noviembre de 1990, cuando la Unión Soviética había caído. El responsable era Andrei Chikatilo, cuya descripción cuadraba con la del psiquiatra.

Lo descubrieron al salir de unos matorrales con manchas de sangre en su ropa. Tenía antecedentes de detención y no se trataba de una bestia que vivía escondida en los bosques: era un orgulloso ejemplo del socialista idóneo: padre de dos hijos, empleado de una fábrica y licenciado en Letras, Marxismo y Leninismo Había sido profesor, por lo que tenía nociones de pedagogía y sabía cómo engañar a los niños. Al inicio no quiso confesar, pero el interrogatorio del brillante psiquiatra hizo que se quebrase y se declarara culpable de todos sus crímenes.

Burakov fue condecorado con los más grandes honores no solo por su país, sino por la Academia Quantico del FBI; mientras que Bukhanovsky se ha dedicado a la investigación de la mente criminal.

A Chikatilo lo condenaron a morir de un balazo en la prisión de Novocherkask en 1994, después de asesinar a 52 víctimas conocidas, la mayoría menores de edad.

El lector interesado puede revisar el libro del periodista Robert Cullen, titulado “The Killer Department: Detective Viktor Burakov’s eight year hunt for the most savage serial killer in russian history”.