La autoestima, es una evaluación de nuestros rasgos, de nuestras capacidades y características, es decir: es un juicio personal del valor, es el saber reconocernos como seres capaces, importantes, exitosos y valiosos.
Este reconocer, no es fácil pues hay varias influencias sociales, familiares, culturales, que no permiten que podamos reconocernos como valiosos y cargar con la estigma de «nunca seré lo suficientemente bueno».
La autoestima aumenta a medida que el niño va obteniendo éxitos y son reconocidos por las personas con quien se relacionan, primero sus padres, después sus compañeros y luego, otras personas, importantes en aficiones o actividades de su interés.
Algo hay que dejar en claro, las experiencias familiares y escolares son importantes, los niños que logran un buen rendimiento y éxito en dichas relaciones, suelen ser los que mejor autoestima tengan.
Un ingrediente clave para estos éxitos es sin duda alguna las habilidades; mientras la persona esté en un ambiente que le permita adquirir distintas habilidades, mejorará su autoestima.
Estas habilidades están relacionadas con el saber cooperar, colaborar y la autonomía.
¿Por qué es importante proporcionar un ambiente donde se pueda alentar al desarrollo de habilidades?
En la columna de la semana pasada hablábamos de la adolescencia, un proceso inevitable de todo ser humano, que conlleva una serie de cambios tanto físicos como psicológicos.
Es una transición que confunde y hasta cierto punto duele. Y es precisamente en esta etapa donde el adolescente es todavía más vulnerable en su autoestima. Esta se vuelve frágil y blanco de cualquier situación de riesgo.
Como adultos, ¿cómo podemos contribuir a la mejora del autoestima de las personas, no solo del adolescente o inclusive de la nuestra?
- Creando un ambiente seguro, donde la persona reciba constantemente estimulación y reforzamiento positivo, tanto en el aspecto físico como psicológico.
- Aceptar y apreciar los esfuerzos de la persona, lo mismo de sus logros.
- Aceptar a las personas como son y hacérselo saber. Esta es la más difícil de todas, requiere de una educación bien cimentada para dejar a un lado prejuicios o estereotipos.
- Respetar a todos.
- Aceptar los sentimientos tanto positivos como negativos y más los negativos porque son parte fundamental de la vida y además ayudan a trabajar la resilencia en la persona.
- No hacer comparaciones. Esta es otra difícil, en un mundo donde siempre tenemos un punto de comparación por la televisión, redes sociales o nuestros propios padres, este obstáculo es de los más difíciles de derribar.
- Dar la oportunidad de que la persona tome decisiones, para que asuma responsabilidades, esto con la finalidad que se sienta competente y seguro, eso guiará a reforzar la autonomía de la persona.
Como seres humanos, el paso más importante es reconocer el ambiente en que me estoy desenvolviendo, ¿En verdad es un ambiente en el cuál me siento seguro, querido, valorado?
Si la respuesta es no, la decisión nos debe llevar a salir de ese ambiente.
No somos perfectos, nunca lo seremos pero, eso no nos hace menos valiosos.
En cambio, somos perfectibles y ese perfeccionamiento gradual pero, constante sólo se adquiere con la práctica, así es, recordemos que “La práctica hace al maestro”.