¿Qué tiene de especial esta profesión que tiene una fecha especial en nuestros calendarios?
La respuesta es obvia, utilizamos un día de nuestro calendario para dar gracias a aquella persona que con su esmero, inteligencia, empatía y amor nos guió o guía en el camino del conocimiento, el fortalecimiento de herramientas, al encuentro de experiencias que nos hacen conocer el mundo y sobre todo a nosotros mismos.
A esas personas anónimas que parece que los años no pasan por ellas y que ante la adversidad siguen luchando contracorriente para dejar el nombre en alto de la docencia.
Pero también está el lado oscuro de la luna, en donde sabemos que el panorama no es tan bello o idealista como nos gustaría que fuera. También sabemos que hay maestros que se dicen serlo y que están a cargo de un cierto número de pupilos, a quienes en vez de atraer, aleja.
A pesar de las adversidades que la docencia vive en pleno siglo XXI. Es admirable que aún sigue habiendo profesores queriendo emprender esta valiosa labor, sin importar la edad, la formación académica, la distancia, la clase social. Estas acciones permiten, de un modo idílico, un mundo mejor.
He de confesarles que de mi vida en la escuela, de todos los maestros con quienes aprendí, sólo tres hicieron la diferencia y tanto fue su labor que decidí ser también maestra. De los otros profesores, muchos de ellos me hicieron «odiar» ciertas asignaturas, otros imponían su respeto, algunos provocaban desvelos y demás.
Los docentes son de armas tomar. Son líderes de comunidad, tienen la capacidad de convocar, de inspirar al grupo en el que se desenvuelve tanto para bien como para mal, como cualquier otra profesión. Por ello, la importancia de la vocación.
Cuando hablo felicitar al maestro, no me refiero a solo aquél que trabaja en las escuelas o tiene el título, sino todo aquél que tiene la vocación de hacer sacar al otro lo mejor de sí. Para lograrlo, sólo recuerda lo siguiente: «la práctica hace al maestro».