¿Quién fue el Presbítero Pedro José Márquez? Sacerdote nacido en San Francisco del Rincón, fue de importancia no sólo para la historia del municipio, sino que fue un estudioso de las culturas de los Pueblos indígenas habitantes del territorio mexicano, así como un erúdito en temas de arquitectura clásica e indígena.

En la actualidad, una calle y una plaza en la zona peatonal del municipio llevan su nombre; en las siguientes líneas, el cronista de la ciudad Jesús Zamora Corona recopila dos breves textos en los que se expone su visión y su obra:

 

Las culturas indígenas en algunos pensadores novohispanos: Pedro José Márquez

Por Ernesto de la Torre Villar

Este jesuita expulsado de México cuya belleza y grandeza histórica supo captar en sus obras, nació en San Francisco del Rincón en 1741 y murió en México, vuelto del destierro, en 1820. En Roma, en contacto con la antigüedad clásica que le atrajo y ocupó apasionadamente, recordó la grandeza arquitectónica del México prehispánico y acerca de dos monumentos que son un joyel en el patrimonio arqueológico mexicano, Xochicalco y el Tajín en Papantla, escribió dos disertaciones llenas de atisbos estéticos extraordinarios y que agudas apreciaciones sobre la cultura de los antiguos mexicanos. Ellas son: Due antichi Monumenti di Architettura Mexicana…, publicada en Roma en 1804.

Márquez, seguro como Julián Garcés de la capacidad racional de los indios, asienta que: “Con respecto a la cultura, la verdadera filosofía no reconoce incapacidad en hombre alguno, o porque haya nacido blanco o negro, o porque haya sido educado en los polos o en la zona tórrida. Dada la conveniente instrucción –enseña la filosofía en todo clima-, el hombre es capaz de todo”.

Sentado este principio de universal comprensión, el padre Márquez, en un párrafo que no tiene pierde, sintetiza la cultura de los antiguos mexicanos al escribir: “En todas estas naciones, además de la cultura del gobierno político, que las mantenía en equilibrio, y de las leyes con que se conserva el orden interno, crecía el comercio y se guardaban las propiedades; cultivábase también el estudio de las cosas científicas así prácticas como especulativas. Sin hablar de las curiosas manufacturas en oro, plata, cobre y piedras duras, tan alabadas por los primeros historiadores que las vieron; ni de las muchas telas que en gran número y variedad sabían tejer y de las cuales se deduce su gusto artístico, deberían recordarse en particular sus conocimientos astronómicos y arquitectónicos, ya que de semejantes conocimientos entre los caldeos, asirios y egipcios se deduce indudablemente su antigua ciencia. Del mexicano saber persuadirán las no pocas noticias sobre sus calendarios que frecuentemente se leen en los historiadores a los cuales remitimos a quien de ello quiera informarse, y especialmente a la docta disertación del señor Gama, sobre una piedra desenterrada en México hace pocos años, disertación publicada allí por el mismo y que dentro de poco se verá traducida en estos países”.

Luego de hacer esta descripción cierta y razonada, Márquez diserta acerca de la belleza e importancia de los monumentos que describe, los cuales por sus proporciones, materiales, realización y significado, pueden parangonarse con los bellos monumentos que griegos y romanos erigieron en sus respectivas patrias. El padre [Pedro] José Márquez incorpora en el mundo del arte clásico universal a las construcciones hechas por los indios del Nuevo Mundo, y más concretamente de México.

Luego de exaltar la grandeza y perfección de los edificios principales de Xochicalco y el Tajín, Márquez muy juiciosamente señala que en México, al igual que en Roma y Grecia, los portadores de esos valores y magnificencia no son los actuales pobladores, que aquellos desaparecieron en virtud de la conquista y dominación. “Los mexicanos de ahora, al igual que los griegos, están destinados a hacer en la gran comedia del mundo, el papel de la plebe; mas sus antepasados eran educados de muy otra manera: tenían maestros y libros, tenían otro gobierno y, en suma, eran los amos”.

[Fuente: Estudios de Historia Novohispana, volumen 14. UNAM. Instituto de Investigaciones Históricas. México, 1994, pp. 155-156]

San Hermión y el padre Pedro José Márquez

Por Alfonso de Alba M.

La enorme puerta principal de la parroquia está abierta de par en par… un grato olor de incienso quemado indica que ha tenido lugar una litúrgica ceremonia.

El elegante gentío –que sale lentamente formando hilera- ha dejado los bancos vacíos. Se diría que

en la atmósfera de la iglesia persiste un inquieto cuchicheo de oraciones y el tintineo de la ritual campanilla…

Algunas viejecitas, con su andar fatigoso, cruzan el templo y junto a la puerta mojan los dedos en la pila de agua bendita y se persignan con profunda reverencia.

Ya el incienso que nubló la nava está a la altura de las vitrinas y en un altar –lado de la epístola- cuatro cirios echan sobre una urna dorada un amarillento resplandor. Y tiembla esa luz sobre la cara cerificada de un santo en su interior.

Se acaba de celebrar -28 de febrero- la misa solemne en honor de San Hermión Mártir, cuyo cuerpo fue donado a Lagos y se venera en esta parroquia. Interesantísima es la documentación a este respecto que se conserva en el archivo parroquial.

Lo anterior es una introducción que hace don Alfonso de Alba a los documentos, algunos suscritos por el padre Márquez, mismos que transcribimos a continuación:

“BEATÍSIMO padre:

Pedro Márquez, sacerdote americano, humildemente expone a Vuestra Santidad cómo en la ciudad de Lagos, patria del mismo peticionario fue reedificado desde sus cimientos el gran templo parroquial, que está terminado y convenientemente dedicado; y cómo uno de los altares del templo ha quedado por adornar, siendo deseo de los principales vecinos de este noble lugar, entre otras cosas, ordenarlo con sagradas reliquias, encargando al peticionario que, ya que se encuentra en Roma, pida a la Santa Sede, a nombre de la misma ciudad y vista la devoción del pueblo, el cuerpo íntegro de algún Santo Mártir. Así pues, el peticionario espera sean oídas generosamente estas preces por Vuestra Santidad y se le conceda a esta noble ciudad el cuerpo de algún Santo con su propio nombre, tomado de la Custodia de las Santas Reliquias. Y Dios…”

El 7 de abril de 1790, fray Javier Cristiani, prefecto del Sagrario Apostólico concedió el cuerpo de San Hermión mártir, “sin oficio ni misa”, sacado del cementerio de Santa Ciriaca, “junto con un frasco que contiene sangre del mismo, que fue encontrado con este propio nombre y con vestiduras nobles”.

El 18 de agosto de 1790 el padre Márquez escribió la carta siguiente:

“El sacerdote Pedro Márquez, mexicano, habiendo obtenido de Nuestro Santísimo Padre el Sr. Pío VI Pontífice Máximo, el cuerpo de San Hermión Mártir, extraído con su propio nombre del cementerio de Santa Ciriaca, y habiéndolo colocado en la iglesia parroquial de Santa María de los Lagos de la diócesis de Guadalajara, suplicó humildemente a Su Santidad que concediera la potestad de que el clero secular y regular de la misma ciudad rezara el oficio y la misa del común de un Mártir en honor del mismo santo mártir, en un día que no fuera impedido por un oficio de nueve lecciones, a gusto del Remvo. Obispo, contestándole yo, en lugar del Secretario, que la gracia pedida fue concedida benignamente únicamente para el clero de la dicha iglesia parroquial, con rito Doble menor”.

La nota siguiente aparece en la obra “Descripción de un cuadro de veinte edificios” del Dr. Agustín Rivera, página 2: “El P. Pedro José Márquez, S. J., autor de muchas obras sobre arquitectura, en una carta dirigida de Roma llama a Lagos “mi segunda patria”, pues aunque nació en San Francisco del Rincón, probablemente se crió en Lagos. A costa de muchísimos trabajos consiguió en Roma y remitió a esta ciudad el cuerpo de San Hermión Mártir, en una bella urna cuyo diseño fue hecho por el mismo insigne artista, a imitación de un sarcófago de la antigüedad: dádiva inestimable hecha a su segunda patria que no hizo a la primera”.

Aún falta mucho por investigar y conocer sobre la vida y la obra del padre Márquez; por de pronto van las notas anteriores como un elemento más para rastrear la multifacética actividad del distinguido jesuita francorrinconés.