En la grieta de las certezas parciales de nuestro conocimiento del mundo la imaginación germina y da frutos. La ciencia busca saber más pero entre más hondo vamos, más hay que no entendemos.

La ciencia ficción es uno de esos frutos, basándose en lo que sabemos, nos otorga una variedad de posibilidades exquisitas, y lo cierto es que no podemos refutar ninguna con la seguridad debida, por extraña que parezca, de que las cosas podrían ser de esa manera.

A principios del siglo XX no habíamos siquiera despegado del suelo; hoy, en cambio, Marte es el único planeta conocido habitado sólo por robots que nosotros enviamos, hay huellas en la Luna y sondas de todo tipo investigando el sistema solar, sus fronteras y más allá.

La ficción nos obliga a la perspectiva y permite construir escenarios del futuro. Esa es la utilidad del juego y la imaginación. Los animales juegan para aprender las habilidades que necesitarán en su supervivencia, nosotros imaginamos por la misma razón.

Michio Kaku, físico teórico y autor de numerosos libros de divulgación, entre ellos Física de lo Imposible, asegura que el nivel de inteligencia entre especies debiera ser medido por su capacidad de prever el futuro, no a manera de videntes, sino como proyecciones de su situación actual y necesidades futuras. La experiencia y la ciencia, junto a la imaginación, son nuestras principales herramientas para conseguirlo.

Kaku se lamenta de nuestra necedad al proyectar nuestro propio modo de pensar en los seres extraterrestres de nuestras ficciones. No sólo hablan inglés, dice, sino que piensan exactamente como nosotros. Ese no es el caso incluso entre humanos, mucho menos con otras especies.

La evolución moldeó cada cerebro y cada conciencia de manera única para entender la realidad y sobrevivir en ella. Nosotros humanos, utilizamos principalmente la vista, los perros el olfato, los delfines el oído. Y eso no sólo es un dato curioso de los sentidos, sino que estructuran la realidad de manera particular, y por lo tanto, también la consciencia. Más evidente será la diferencia con seres de otro planeta, con una historia evolutiva completamente distinta e incluso con una química y genética propias.

Stanislaw Lem, autor de Solaris (1961), llevada al cine con elegancia y lucidez por Andrei Tarkovski en 1972, nos enfrenta a una inteligencia tan distinta que ni siquiera somos capaces de establecer contacto con ella. Aquí debemos apreciar una característica importante, al menos para mí, de la ciencia ficción: nos habla de nuestra condición. Solaris pone de manifiesto una carencia peligrosa de empatía y contacto personal, con nosotros mismos y con los demás. En la versión cinematográfica de Tarkovski un personaje sentencia que “hemos perdido el sentido cósmico” y que “la vergüenza salvará a la humanidad”.

Arthur C. Clarke deja, literalmente, a nuestros demonios cuidar de la humanidad en Fin de la Infancia (1953) hasta que somos capaces de la grandeza; tema similar que esbozó y que, junto a Stanley Kubrick, llevaron al cine en 2001: Odisea del Espacio (1968).

Tenemos la necesidad de explicarnos el camino que hemos tomado hasta ahora y mitificar los futuros por venir, los futuros posibles. Estamos hoy por dar el paso a una sociedad planetaria, pero los obstáculos son grandes y el peligro lo tenemos en casa.

La paradoja de Fermi, nombrada en honor a Enrico Fermi (1901-1954), quien la postuló informalmente. Es un argumento que cuestiona la falta de evidencia de vida extraterrestre inteligente que la ecuación de Drake prácticamente exige. La ecuación de Drake, concebida en 1961 por Frank Drake (1930-), entonces presidente del instituto SETI (Búsqueda de vida extraterrestre inteligente, por sus siglas en inglés), toma en cuenta el ritmo de formación de estrellas, sus posibilidades de albergar planetas, que éstos tengan condiciones adecuadas para la vida y que finalmente la vida florezca. Además, cuenta con parámetros estadísticos sobre la posibilidad de que la vida avance hacia formas inteligentes y que éstas formen una civilización, y también cuánto llevaría a una civilización alcanzar el desarrollo tecnológico para poder establecer contacto con otra forma de vida interplanetaria antes de que se extinga.

Hoy no hay suficiente conocimiento para resolverla, pero la ecuación de Drake es optimista. Después de todo hay cientos de miles de millones de estrellas en la Vía Láctea, nuestra galaxia, que es una de dos billones de galaxias conocidas.

La paradoja de Fermi, por el contrario, es un cuestionamiento sobre la falta de evidencia respecto a la supuesta abundancia de vida en el universo. Enrico Fermi formuló la hipótesis tras trabajar en el Proyecto Manhattan cuyo fin era el desarrollo de la bomba atómica. Para Fermi, toda civilización avanzada alcanzaría un desarrollo tecnológico tal, que le dotaría de los medios capaces de destruirse a sí misma. El resultado no tenía grandes expectativas para el futuro de la humanidad, ni para ninguna otra civilización alienígena. Esperemos que Fermi se haya equivocado y que recuperemos el sentido cósmico antes de una aniquilación autoinfligida.

Nuestra civilización es frágil pese a todo el potencial, y es frágil por las fracturas que no hemos sabido sanar y que será vital reparar para una condición global que hoy está en ciernes. Vean Arrival (2016), en español: La Llegada, la columna hoy fue el pretexto para su recomendación. No digo más.