Buen día estimado lector, lluvioso y frío, pero finamente con la oportunidad de vivir. Para no variar mucho con el clima, en el tema de hoy hablaremos precisamente de la frialdad con la que tomamos las cosas.

¡Triste! De verdad. Dicen los expertos, llámese psicólogos, que los primeros 6 ó 7 años de vida de un niño son los más importantes. Pues será en esta etapa de sus vidas que recopilarán la información, las experiencias, las costumbres que serán parte de su vida adulta.

¿Se imagina usted esto?

Es decir, que si un niño ve en casa peleas, discusiones, falta de respeto, etcétera, etcétera, serán actitudes que de alguna manera serán normales en su formación; por lo que seguramente tendremos a una persona violenta, de poco “aguante” como dicen.

O, por ejemplo, si en casa no s le pide a ese niño cooperación, responsabilidad, respeto; tal vez pueda tratarse de una persona con falta de iniciativa, pasivo, que espera que se le resuelva la existencia.

En fin, ejemplos podría haber muchos, sin embargo…antes de que se me enoje más de alguno, cabe aclarar que existe la excepción. Y más de alguno pensará, mi hijo será esa excepción ¡bueno fuera!

Pero a lo que voy con estos casos extraordinarios, es que así como en esa etapa de la infancia absorbimos diferentes experiencias, a lo largo de nuestro crecimiento llegan personas que sumadas a nuestra propia identidad, pueden ayudar a cambiar el rumbo, a hacer de lo malo una situación de la que aprendamos a salir adelante.

Honestamente estimado lector, son solo algunos casos, la mayoría se pierde en el camino, con las malas compañías y la suma de pésimas decisiones.

¿A qué voy con todo esto y con aquella frialdad del alma con la que vemos las cosas?

A mencionar, a mí sincera opinión, la falta de sensibilidad con la que se ha atendido la mala experiencia que vivieron los niños de kinder y de primaria que vivenciaron el enfrentamiento a disparos sobre la calle Carranza en nuestra ciudad de San Francisco del Rincón.

Tengo que admitir que ni yo mismo me había puesto a reflexionar sobre el caso hasta que leí en los medios de comunicación que los pequeños están temerosos y que al momento de publicarse la nota, autoridades no habían tenido un acercamiento.

¡Triste! ¿se imagina el sentir de esos chamacos? O de los padres, si usted quiere, de ahí la explicación que daba en un principio… lo que vemos en casa, la información que recibimos, la atención que se nos proporciona… todo es un conjunto para cambiar nuestra mentalidad.

Tal vez para algunos será tema del típico “no pasa nada”, “Que exagerados”, “pues ni que les hubiera pasado algo”.

Pues excuso decirle que sí pasa, esos pequeños ya absorbieron el miedo, ese mismo miedo que a usted y a mí nos han convertido en personas tan frías, ese mismo miedo que paraliza y que impide que sigan adelante, que prefieren faltar a clases, que hace que se pierdan en el camino.

¿Quién hará la diferencia y tomará  cartas en el asunto?, yo que sé, pero tal vez sirviera hablar con los papás, orientarlos para que sean ellos los que infundan confianza en sus hijos; tal vez apoyo y estimulación para que los niños aprendan a olvidar o hacer de esta mala experiencia  un recuerdo vago y no un estilo de vida. ¡Algo, algo que cambie su situación!

Y de verdad espero que la respuesta no sea: “Que ya no vayan a la escuela, al fin que faltaban cupos”, o “Que los papás se ocupen”… digo, solo por imaginar una respuesta tan garrafal.

Los niños son el futuro, eso es ley de vida, y existe aquella frase modificada que dice: ¿Qué niños estamos dejando al mundo?

Ojalá estimado lector, que podamos decir que estamos dejando niños sensibles, con humanidad, con sentido de justicia, igualdad, con amor…y no todo lo contrario, porque de ser así, la inseguridad y la violencia no será controlada por nadie, será simplemente un estilo de vida.

Y le dejo esta frase para reflexionar:

“Dime y olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo” Benjamín Franklin.